El profesor
Quizá la figura pública más relevante y a la vez menos considerada en nuestra sociedad sea la del profesor. El asunto es tan dramático, que incluso parece que gran parte de los profesores no tienen conciencia real de la dimensión y alcance de su función. Yo mismo soy profesor y nadie me enseñó a serlo. Tuve que aprender en el aula de errores y aciertos que cometí, a costa de la educación de mis alumnos. Tuve que desprenderme de hábitos aprendidos de malos profesores, y recordar y practicar las buenas maneras de otros que me enseñaron bien, hasta que me revelé como profesor.
Con la práctica aprendí que cualquier materia es un buen lugar desde el que abordar un conocimiento más integral. Descubrí que solemos ser más sabios de lo que creemos y que la esencia de mi trabajo es extraer la sabiduría innata del alumno enseñándole a tomar conciencia de ella, a verbalizarla y a practicarla. A mostrarle más caminos que el suyo propio; a respetar lo respetable y a combatir lo que no lo es; a discernir desde unas bases comunes para poder decidir con responsabilidad cómo vivir.
Hoy enseñar es tarea difícil, el mundo no acompaña. Unos buenos técnicos y profesionales en todas las áreas dependen de ti, profesor, pero también una sana moral pública que aborrezca la corrupción y el adoctrinamiento de toda clase a través de cualquier medio, sobre todo el tuyo: la educación.
Aún así a veces me descubro frente a mis alumnos, luchando conmigo mismo atrapado en mis propias convicciones… hablando demasiado.
Pienso que para una buena educación de calidad, el profesor debe saberse a sí mismo como una figura central, con conciencia de su actividad en el ámbito de lo sagrado, es decir: con orientación, orden, dirección y finalidad claras.
Ignacio Botella Ausina